Por Silvina Ferreira dos Santos, del equipo de asesoramiento psicológico en Chicos.net. (1)
Hay historias que estremecen y más cuando muestran su cercanía o similitud con la realidad. Tal es el caso de la serie de Netflix, “13 razones de por qué?” La historia de Hannah Becker, su protagonista, cuenta paradigmáticamente, el sufrimiento que padece cualquier adolescente en una situación sostenida de cyberbullying. Nos recuerda a otros casos, por ejemplo, el de Amanda Todd, una joven canadiense que se suicidó en el año 2012. Adolescentes vulnerables, hostigamiento off line y on líne a partir de contenidos privados o íntimos, rotulación social, mortificación subjetiva, encrucijadas o situaciones dilemáticas y un contexto referencial inoperante que con su mudez y ceguera encubre lo que está sucediendo, suelen ser los elementos recurrentes en todos estos casos. Una vez instalada la situación parece adquirir cierto automatismo que sólo incrementa el malestar hasta límites desesperantes. ¿Será la muerte el único modo de poner fin a un sufrimiento devastador? Reflexionar sobre esta cuestión es una apuesta a construir alternativas posibles.
Si intentamos pensar el cyberbullying a través de ciertas tipificaciones como ser, “víctima”, “acosador” y “testigos”, estaríamos simplificando la cuestión; del mismo que si atribuyéramos “este mal de la época” a las nuevas tecnologías. La conectividad digital está producida por las subjetividades que las habitan y ésta es una realidad insoslayable. En este sentido, pensamos que el cyberbullying es producto de un campo intersubjetivo, más específicamente, de la dinámica que se configura en dicho campo en un momento determinado y que habrá que leer en la singularidad de cada contexto, más allá de algunas generalizaciones que podamos hacer. Hay tres factores o lógicas de funcionamiento que deben ser tenidas, sobretodo en su combinación o articulación: cómo operan las redes sociales, cómo piensan y sienten los adolescentes y finalmente, el contexto institucional que los alberga (referentes adultos, instituciones escolares, asistenciales, marcos normativos y legales vigentes y demás instancias del orden público en tanto garantes de los derechos que los adolescentes tienen como sujetos). Pero vayamos por parte!
¿Cómo funcionan las redes sociales? ¿Qué particularidades tiene nuestra sociabilidad digital?
Desde el surgimiento de la web 2.0, todos los usuarios nos transformamos en productores de los contenidos y de las interacciones sociales que discurren a través de internet. Gran parte de nuestra sociabilidad actual transita por los entornos digitales y arma redes de “contactos”, “amigos” o “seguidores”. Estas nominaciones virtuales de la otredad evidencian un nuevo modo de experimentar los encuentros con los otros, ahora tangibles desde la mirada y no desde lo presencial. Desde este punto de vista, la visibilidad se torna esencial para una interacción que se apoya en el mirar y mostrar, tan propio de esta época. On line la corporeidad se esfuma y con ello la posibilidad del registro vivencial de la afectación que las interacciones producen en la subjetividad que se conectan. El anonimato favorece la desinhibición y algunos reparos que tenemos en la vida off line pueden relajarse. En los entornos digitales, la compasión, la vergüenza, el pudor y la culpa pueden suavizarse, habilitando tratos abusivos o violentos, especialmente cuando estos miramientos no están fuertemente afianzados en la propia subjetividad. Entonces, ser un simple espectador, mirar dista mucho de aquella implicación afectiva con el sentir del otro, cuando el cuerpo se haya presente en toda su dimensión. Este aspecto de la sociabilidad digital no es necesariamente negativo, puede, en otros casos, ayudar a que ciertas inhibiciones se destraben en la Web.
La vida on line que describimos no se encuentra disociada de la vida off line y nadie mejor que los adolescentes para dar cuenta de ello. Entonces, ambos aspectos de nuestra vida social están enlazados en una relación de mutua afectación e implicancia, claramente palpable por lo real de sus consecuencias. Participamos en las redes sociales ya sea chateando, subiendo fotos, posteando videos, publicando nuestro estado y así apostamos a un encuentro con otro, con varios, miles o a veces millones de “contactos” que, no está exento de infortunios y desatinos. Pero además, “compartir” significa “publicar”, es decir, cuando subimos contenidos a la Web dejamos una marca o “huella imborrable”, imposible de olvidar y que pasa a formar parte de un acervo colectivo, sobre el cual ya no tendremos exclusividad. El compartir se propaga por la red hacia las redes de los contactos en un movimiento espiralado de alcances inciertos. La viralización de los contenidos de la que es capaz la Web junto con su imposibilidad de olvidar son dos elementos claves en la configuración de la situación de cyberbullying. Sin embargo, estos aspectos también pueden ayudar a generar conciencia social y a visibilizar problemáticas silenciadas a través de una participación activa en las redes sociales. Por lo cual, la diferencia no está dada por la herramienta tecnológica sino por la subjetividad que la instrumenta. Entonces, nos ocuparemos de cómo transitan los adolescentes sus cuestiones vitales en los entornos digitales?
¿Cómo piensan y sienten los adolescentes hoy?
Susceptibles, turbulentos, errantes, extremistas, iracundos, disruptivos, rebeldes, inseguros, omnipotentes, creativos, innovadores, utópicos, impulsivos, eufóricos, aislados, entusiastas, son algunos de los rasgos que han definido y definen aún hoy ese espíritu contradictorio y contrariado que suele albergar todo adolescente que se precie de tal. Desde su natural destreza tecnológica, los adolescentes consideran las redes sociales como un territorio que les pertenece por derecho propio y mucho de lo que allí hacen está relacionado íntimamente con su transitar por esta etapa vital. En este tiempo de pérdidas, transformaciones subjetivas y conquistas, el adolescente buscará construir una identidad propia y autónoma, más allá de las referencias familiares. La huida masiva de Facebook y la migración a otras redes sociales menos tomadas por “los viejos” constituye una puesta en escena del desprendimiento familiar y de la búsqueda permanente de referencias identitarias en su grupo de pares. La inclusión en un grupo y el grado valoración que tenga en el mismo son vitales para cualquier adolescente cuando las referencias infantiles y familiares son dejas atrás y aún se encuentra en proceso de construir la propia identidad.
La adolescencia es el tiempo de los amigos, de los primeros amores, las primeras experiencias sexuales y las desilusiones amorosas. Afectos a las pasiones y a las impulsividades, los adolescentes suelen pensar bajo la lógica del todo o nada, sin matices ni relativos y esto los puede conducir a dilemas o encrucijadas difíciles de resolver, sin la intervención de un otro adulto que medie un procesamiento diferencial de la situación problemática. Transitar la adolescencia no es tarea sencilla. ¿Será la Web una superficie donde los adolescentes desbordan sus dificultades vitales, especialmente cuando sus contextos familiares los vulneran y los ponen en riesgo? ¿Serán algunas problemáticas como el cyberbullying emergentes de la carencia de contextos amparantes capaces de proveer condiciones adecuadas para que la experiencia adolescente llegue a buen puerto? Esto nos lleva a considerar el tercer factor, anteriormente mencionado, el contexto institucional y bajo qué condiciones propicia este tipo de problemáticas.
¿Cómo funcionan los referentes institucionales?
Los referentes institucionales (lo familiar, lo escolar, lo jurídico) son espacios donde se trama la subjetividad en tanto ofrecen condiciones adecuadas para que ello ocurra. Si pensamos que el cyberbullying es una forma de violencia junto con tantas otras, como la violencia de género, el autoritarismo y porqué no, el desamparo, encontramos que todas ellas tienen como elemento común la desubjetivación del otro como sujeto. Atropellos a la intimidad ajena, la apropiación del cuerpo del otro como objeto de goce, las rotulaciones que cosifican la subjetividad o bien la más cruel de las indiferencias por el propio sufrir son tratos violentos por lo deshumanizados que los caracteriza.
Entonces, cabe preguntarnos ¿bajo qué condiciones emerge la violencia? Posiblemente cuando cae la legalidad que regula tanto el trato como los intercambios subjetivos. Esta legalidad, incluso anterior a la jurídica, implica la asunción de una posición ética que se irá construyendo con los referentes adultos que saben bien cuidar del niño. Es allí donde aprehendemos el respeto por el sí mismo y por el otro, construimos reparos o miramientos por los efectos de nuestras acciones, sabemos de la vergüenza, la compasión, el pudor, la responsabilidad y la empatía. “Eso no se hace” funda la posición ética y hace posible la vida en comunidad.
Pareciera que en los tiempos que corren “no conviene” asumir la responsabilidad de los propios actos u omisiones, por lo menos así lo denuncia la trama de la historia de la serie. Los pactos de silencio y encubrimiento sostienen con impunidad una lógica del todo vale, donde se desdibuja lo que está bien y lo que está mal. ¿Puede la escuela desentenderse de lo que sucede en los entornos digitales más allá del aprendizaje y de sus paredes? ¿Cómo pueden los adultos registrar y vencer la natural desconfianza que los adolescente sienten hacia ellos e intervenir a tiempo? ¿Qué otros recursos pueden construir los mismos adolescentes para mitigar sus propios infortunios y sufrimientos?
También es cierto que cuando en los contextos institucionales campea la impunidad, los entornos digitales pueden utilizarse como un territorio desde el cual visibilizar problemáticas silenciadas y en tal caso reconstruir una legalidad caída. La web redunda en potencialidades que los usuarios saben explotar. El publicar, en su carácter de denuncia, implica la asunción de la propia subjetividad por su bien vivir, y en ese acto busca en la mirada del otro la legitimidad condenatoria para su padecer.
Preguntarnos por las razones nos permitió reconstruir más que los hechos que tendrán versiones y muchas, los factores en juego y la combinación fatal que a veces pueden precipitar.
Destacamos la viralización digital, la falta de olvido en la Web, las particularidades del sentir y pensar adolescente y finalmente, el funcionamiento perverso de los contextos referenciales. Sólo comprendiendo las razones podremos trazar alternativas diversas. Bien vale la pena sostener la pregunta “¿Qué podemos hacer para mejorarlo?” tal como la formula uno de los jóvenes encarnando una cruzada ética que, por más utópica que parezca, aún no está perdida.
[1] Psicóloga. Psicoanalista. Profesora Titular de “Clínica con niños y adolescentes”, Universidad Maimónides (Argentina). Miembro del consejo directivo de la AEAPG. Autora de varios artículos científicos y de divulgación sobre niños y adolescentes en los contextos digitales . Miembro del equipo de asesoramiento psicológico en Chicos.net.