Los logros científicos de las últimas décadas y en especial las tecnologías de la información y la comunicación cambiaron radicalmente la manera en que las personas nos relacionamos, nos informamos, producimos contenido y habitamos el mundo.
Vemos videos de casas inteligentes con los electrodomésticos comandados desde una app, amamos los zooms, somos activos en las redes, recibimos con alegría los mensajes del bot que nos invita a vacunarnos y aceptamos dócilmente la próxima serie que nos sugiere el algoritmo de la plataforma de streaming. Si el bolsillo nos lo permite, compramos el último dispositivo para estar a la vanguardia de las tecnologías y aprovecharlo todo.
Por otro lado, casi esquizofrénicamente, nos identificamos con las voces alarmistas que suenan tan contundentes como el entusiasmo con el que abrazamos los avances. Se dice que el metaverso va a hacer desaparecer el encuentro con otros humanos, que los chicos y chicas son zombies que hablan sólo con sus dispositivos y que la inteligencia artificial reemplazará los trabajos humanos, aún los de mayor jerarquía.
Las resistencias a lo nuevo existieron siempre: ya Platón decía que la escritura denigraba la calidad de la enseñanza oral porque no se estimulaba la memoria. Por eso es necesario que cada avance implique un cuestionamiento en sí y cómo estamos dispuestos a incluirlo en nuestras vidas. Pensar para qué, a quién beneficia quién pierde, con qué finalidad es un ejercicio obligado para no ser corderos sumisos que consumen todo lo que se ofrece.
Estas últimas semanas inundó los medios el nuevo desarrollo “chat GPT”. Es un sistema que responde emulando la respuesta humana, con una calidad, creatividad y rapidez sorprendente: puede hacer desde un trabajo monográfico hasta un diagnóstico médico.. Sin duda es otra de las revoluciones que marcarán a la humanidad toda.
¿Qué harán los sistemas educativos? ¿Se prohibirá, por ejemplo, el uso de este tipo de aplicaciones en el aula? Y las evaluaciones, ¿cómo serán? Si Internet y los dispositivos fueron revolucionarios, este es un momento de inflexión todavía mayor: ¿Cómo sabremos si un trabajo lo habrá hecho el alumno o la inteligencia artificial? Y si se hizo con ayuda de la inteligencia artificial, ¿será válida la respuesta?
Vuelvo a pensar en la revolución que tenemos en puerta y cuál será el rol de los educadores de acá en más; negar estos avances será tapar el sol con la mano. Nos queda, como siempre, promover una mirada crítica, construir valores colectivos, enseñar a discernir, sostener la avidez por saber. Generar prácticas educativas alternativas, que enriquezcan el proceso de enseñanza aprendizaje: sin desacreditar el camino recorrido.
El desafío será crear nuevas propuestas (de clase, de evaluación) que incluyan las novedades sin desacreditar la experiencia. Tomemos este nuevo desafío como oportunidad para generar prácticas pedagógicas alternativas. Acompañemos a nuestros alumnos y alumnas a que puedan transitar un mundo en constante cambio, que sean críticos y tengan capacidad de discernir basada en valores de justicia, equidad, inclusión, respeto por el otro y por sí mismo. Apropiémonos de los avances tecnológicos, no dejemos que ellos, nos fagociten a nosotros.