Por: Paula Sibilia. Ensayista y docente (UFF, Brasil)
Uno de los aspectos más impactantes de los resultados a los que tuve acceso es la confirmación de las terribles asimetrías que existen en la sociedad argentina y que perjudican a una gran parte de los niños y jóvenes en edad escolar, particularmente en el área metropolitana en que se enfoca el estudio. Esto es algo que ya se sabía, desde luego, pero aquí aparece en toda la crudeza no sólo de sus datos cuantitativos sino también de las voces de quienes sufren este problema en primera persona. Estudiantes y familiares son escuchados con atención, mientras relatan las enormes dificultades que enfrentan, y que se intensificaron con el cierre de las escuelas por motivos sanitarios y la transposición de la enseñanza a la modalidad remota. A la carencia de los dispositivos tecnológicos básicos para acceder a las plataformas de enseñanza online, muchas veces se suma la falta de infraestructura física en sus hogares, así como de la base emocional y el apoyo familiar necesarios para realizar las tareas.
Esta realidad es desoladora y, sin duda, requerirá un esfuerzo de intervención estatal aún mayor del que ya era necesario antes de la pandemia, si se pretende al menos intentar una drástica disminución de ese abismo que se está agigantando entre aquellos que tienen acceso a educación de calidad y aquellos que prácticamente no han tenido contacto con sus docentes ni con sus compañeros de clases durante el período de confinamiento. Las consecuencias de este drama pueden ser irreversibles y gravísimas, más aún si no se toman medidas urgentes y coordinadas para intentar paliarlo de algún modo.
En ese sentido, cabe notar también que la tecnología digital, ya bastante antes de 2020, venía presentándose como un agente muy relevante en las tentativas de actualizar el sistema escolar en crisis. Y muchas veces, a pesar de las varias experiencias más o menos exitosas de sintonizar o complementar ambos universos, la innovación técnica solía entrar en conflicto con la dinámica más tradicional de los colegios. En estos meses, en cambio, las computadoras, los teléfonos celulares e internet se convirtieron en requisito obligatorio para acceder a la educación. Esto terminó demarcando un abismo entre quienes ya poseían los medios materiales y el bagaje cultural para lidiar con ellas, y quienes no cuentan con nada de eso. No obstante, cuando la mayor parte de la experiencia escolar ocurría de modo presencial, dentro del edificio escolar, esa brecha del acceso digital era preocupante pero tangencial; ahora, de repente, se tornó un factor absolutamente determinante. Las tecnologías dejaron de ser un agente externo que perturbaba la dinámica escolar más tradicional, para convertirse en “el lugar” donde la escuela pasó a funcionar, en un brusco proceso no sólo de digitalización (no planeada) de la enseñanza sino también de algo todavía más delicado o peligroso: una brusca (y no planeada) “privatización” del acceso a la educación.
Aún dentro de este tópico de las desigualdades socioeconómicas, creo que el problema no se limita al sufrimiento mucho más evidente e injusto del sector ya inaceptablemente grande (y en aumento) de la población que no tiene acceso a la educación que el Estado debería aportar. En el otro extremo de esa pirámide están aquellos estudiantes de colegios privados que cuentan, en sus hogares, con todos los medios materiales necesarios para poder aprovechar también la enseñanza online, así como muchos otros privilegios que serían impensables para los demás entrevistados. Considero problemático, también, el hecho de que esos niños y jóvenes se aíslen en esas burbujas de bienestar privado, cuando sería deseable que la escuela fuera una institución más abarcadora de la diversidad que de hecho existe en el territorio geográfico estudiado, en vez de segregarse en cápsulas “elitizadas” que, en mi opinión, son parte del problema.
Más allá de estas dramáticas cuestiones, otros muchos aspectos se desdoblan de la investigación realizada por Chicos.net. Podríamos comentar varios de ellos, como las sugestivas diferencias de género en las preocupaciones y expectativas de los estudiantes de diversas edades que fueron entrevistados; en varias de esas cuestiones hubo bastante disparidad entre las declaraciones de chicas y chicos, que quizás merecerían un estudio profundizado. La diversidad de las interferencias familiares con la lógica escolar también puede ser otro rico terreno de sondaje; y, en particular, las grandes diferencias entre las dinámicas familiares de los dos grupos socioeconómicos estudiados. Aun así, es interesante y gratificante constatar que, al menos en el caso de las familias que participaron en esta investigación, prácticamente todas las personas entrevistadas declararon cierta armonía en la convivencia, muchos incluso destacan ese tópico como algo especialmente valioso de la cuarentena: la posibilidad de pasar más tiempo en familia.
Las complejas y ambiguas relaciones de los jóvenes con un artefacto tan significativo como el teléfono celular, por otra parte, también podrían indagarse a partir del rico material aquí reunido, particularmente en sus potencialidades y tensiones con la dinámica escolar.
La importancia del contacto físico con los pares (en los diversos grupos de edades, género y socioeconómicos) y los efectos de tan prolongado y atípico aislamiento, sería otro asunto con excelente potencial de investigación, incluso para evaluar alternativas al sistema escolar tradicional.
Cabe destacar, también, el fenómeno del trabajo comunitario que involucra a los jóvenes de sectores menos favorecidos en sus propios barrios. Si bien todo eso es fruto de una situación claramente injusta y precaria, que denota la falta de injerencia estatal o el total abandono en ámbitos básicos de la ciudadanía y, de nuevo, las inmensas desigualdades con respecto a sus pares de otros niveles socioeconómicos, esa actitud solidaria de los jóvenes creo es digna de celebración. Me parece que se trata de un movimiento característico de este momento histórico, no tan habitual en otras épocas, y que no sólo puede ser fructífero para las zonas donde ocurre sino también para el enriquecimiento existencial de los jóvenes involucrados, que están teniendo experiencias de las cuales carecen sus pares más privilegiados. Ojalá esa energía se pueda canalizar hacia futuros menos opresivos. En ese sentido, creo que sería interesante que los jóvenes de sectores medios que manifestaron esas inquietudes en sus entrevistas pudieran participar de ese tipo de iniciativas (lo he notado especialmente en las declaraciones de las adolescentes más grandes). Sería una excelente forma de aprovechar este valioso trabajo abriendo nuevas posibilidades existenciales, tanto a nivel individual como colectivo.
Finalmente, ante toda esa riqueza de posibilidades, para concluir, voy a priorizar otros dos ejes de la investigación. Por un lado, las dudas suscitadas con respecto a la calidad del aprendizaje que se está obteniendo con los sistemas remotos implantados (para aquellos que han podido adoptarlos); las sospechas son de que se trata de una versión deficiente con respecto a la educación presencial. Por otro lado, la casi unanimidad de las voces que extrañan a la escuela: no sólo los niños y jóvenes (de todos los sectores sociales) quisieran poder regresar a las rutinas presenciales, sino que también sus madres y padres así lo desean. Creo que estos dos indicadores merecen ser pensados con cuidado, ya que ambos apuntan hacia una novedad imprevista y, quizás, alentadora: la reivindicación de experiencias presenciales más que online, en general, y en lo que respecta a la escuela en particular.
La experiencia insólita de estos meses sin ir a la escuela y con un uso intenso de tecnologías digitales para el aprendizaje (así como para cualquier otra actividad) ha provocado cierto hastío de las pantallas y unas ansias generalizadas de volver a la escuela. Quizás, probablemente, para reinventarla de modos más interesantes.
Esa institución que estaba tan desprestigiada y golpeada, de repente surge con nuevos bríos como un lugar añorado para el encuentro cotidiano, un espacio de pertenencia socioafectiva al que se desea regresar.
En varios casos, tanto los familiares como los estudiantes mencionan la falta que se siente no sólo del contacto presencial con los compañeros de clases sino también con los docentes, cuyas figuras son reivindicadas como agentes imprescindibles para auxiliar en el proceso de aprendizaje. Esto no deja de ser una novedad auspiciosa y gratamente inesperada, capaz de inyectar entusiasmo en la cada vez más necesaria reinvención de la escuela, del aprendizaje y de la docencia.
Por todos estos motivos (y varios otros), pienso que el material recolectado y generosamente presentado por quienes realizaron esta investigación coordinada por Chicos.net, puede proporcionar un buen punto de partida para indagar muchas cuestiones ligadas al ámbito educativo que hoy nos desafían, con un importante anclaje local en el Área Metropolitana de Buenos Aires, de modo que se trata de un material sumamente bienvenido.