Por: Sergio Balardini. Especialista en juventud. Docente FLACSO y UNAHUR.
El estudio de Chicos.net, “Adolescentes en cuarentena”, nos trae a la vista las condiciones
y modos de sobrellevar la pandemia por parte de chicas y chicos de diferentes sectores sociales, no siempre visualizados como merecen. En este sentido, ofrece la posibilidad de comprender cómo unas y otras, unos y otros, logran construir sentido y salir adelante en el marco de sus realidades tangibles y desafiantes. Sucede que en este mundo nuevo, de lo que llamamos “nueva normalidad”, hay mucho de “normalidad vieja”.
En aquella vieja normalidad, cuando alguien nos preguntaba sobre los jóvenes, (así, “los jóvenes”), siempre comenzábamos diciendo que “los jóvenes”, ese genérico, no existía y que suponerlo lo único que hacía era ofrecer una mirada que obturaba ver lo real, y que allí lo que íbamos a encontrar eran “las juventudes, o “las y los jóvenes”. Y enfatizábamos en el plural. Esto a muchos les sonaba raro, un comentario para una nota al pie, o una obviedad que no modificaba nada. Sin embargo, en aquella “normalidad”, la diversidad y la diferenciación social, estaban bien presentes, duramente.
También entonces, se señalaba que si bien todos los y las jóvenes estaban atravesados por la tecnología, lo que sucedía en la realidad era muy diferente según los recursos de que dispusieran, ellas, ellos y sus familias. Recursos materiales, simbólicos, tecnológicos, de todo orden. Pero, una y otra vez, la noticia era la última moda adoptada por los que tenían recursos y posibilidades para hacerlo. Una minoría con buena prensa.
Pues bien, esa descripción, estalló con la pandemia. Se catapultó a los medios, a las decisiones políticas. A las vidas de nuestras y nuestros jóvenes, en muchos casos tan diferentes. “Dicen que hay que lavarse las manos cada dos horas, me prestás tu celular… mientras llega el agua”. La impudicia de mirar al costado, se hace difícil o imposible, por propio interés, si no por razones de justicia.
Porque ingresamos a una suerte de virtualización de la vida, sumidos en la necesidad de cuidarnos, cuidar a los otros y ser cuidados. Pero esa virtualización es proporcional y está en función de la disponibilidad de recursos. Algo que este necesario y excelente estudio de Chicos.net expone, muy bien. En los comentarios de las y los jóvenes (dándoles la voz que otros no les dan) y en la palabra de sus madres y padres, para comprender más integralmente las situaciones que atraviesan.
Las y los podemos ver en acción y reflexión, en mundos que se distancian. Que reparten mal, injustamente, y que no alcanza a cumplir los derechos de todos y todas. Pero no dejan de mentarlos. Y (des)mentirlos, en muchísimos casos.
Viene de lejos, la consolidación de una sociedad desigual. Que las y los jóvenes reconocen, pero de la que aún así, esperan algo más.
Acompañamiento, transformación, encarar las inequidades con decisión, son tareas intergeneracionales de las que las y los adultos no deberían sentirse excluidos, siendo, como son, quienes han construido, al menos en parte, el mundo al cual las nuevas generaciones ingresan.
Hoy, estas y estos adolescentes y jóvenes, se ven sobreexpuestos a una tecnología que aparece omnipresente, pero a su vez, abriendo y cerrando su mundo. Un mundo que puso paréntesis al contacto físico, al mundo de encuentros cotidianos en el que poder hablar al oído y recibir un toque. En el cual la escuela, pasó a ser redescubierta como el sitio en donde alguien enseña y alguien aprende, donde se juega, se ríe y se acaricia al amigo o a la amiga. Vista hoy como algo lejano y revalorado. A la que no se sabe cuándo y cómo se regresará. ¿A qué distancia estamos?
Pero si bien la desconexión es hoy un lujo que no pueden darse so pena de aislarse de toda vida social y educativa, vemos que esta situación, es sólo una posibilidad de un sector de jóvenes.
Porque hay mundos que naufragan en océanos ajenos. Una mayoría de jóvenes, mujeres y varones, accede a la tecnología con dificultad o la ve suceder en otros. Su integración tecnológica es precaria, atada con alambre y dispositivos envejecidos, ensamblados de reciclajes varios. La wifi, por datos, o algún vecino con el que negociar horas de internet. O, en los techos, allí donde la señal llega un poco más.
¿El tiempo perdido, alguien se lo llevó? ¿Algún modo de restaurarlo? ¿Podemos todos reiniciar la máquina?
Si la pandemia ha traído, para muchos, la posibilidad de contar con más tiempo que dedicar a la navegación para descubrir y conocer el mundo, para estar más tiempo con la familia, para la introspección, a la par que continuar por intermediación tecnológica el vínculo con amigas y amigos y cierta continuidad pedagógica, también ha hecho visible a las y los jóvenes, al rey desnudo. Aquí estamos todos, conviviendo en las diferencias, viéndolas algunos, viviéndolas otros, preguntándonos todos, por el mundo que queremos para vivir.
La pandemia, expuso la inequidad, aumentó las incertidumbres de los jóvenes sobre sus futuros, impuso una realidad en la que compartir es una necesidad, pero también un valor. El acompañamiento, la solidaridad, un cauce a seguir surcando, pero que debe sembrarse con las semillas de los derechos para todas y todos.
Un camino que no puede demorarse más, porque hacerlo significaría abrir paso al abandono o su continuidad, es hora de reparar y poner a la altura de una dignidad sin vergüenzas el presente de todas y todos los jóvenes. Invertir masivamente en ellos. Darles voz. Convocarlos a la acción con confianza. Sólo habrá un futuro digno, si todos entramos en él. Si nadie sobra. Que no falte ningún joven.