Estar adentro o quedarse afuera

30 de septiembre 2020

La tecnología como factor de inclusión social.

Tener tecnología, estar conectado, saber utilizar los entornos tecnológicos. Estas tres variables son el puente o el abismo que se presenta hoy entre los y las adolescentes de Argentina. Estas diferencias son prácticamente insalvables entre uno y otro mundo. La pandemia de COVID-19 hizo más visible la brecha digital.

 

Mientras que en los sectores medios los y las adolescentes tiene un abanico de dispositivos (computadoras, tablets, celulares y consolas) para conectarse a una enorme variedad de servicios (Zoom, WhatsApp, Netflix, Twitter, Instagram, TikTok y Youtube), en los sectores populares no suelen contar con un dispositivo propio. Cuando se cuenta con el dispositivo en el hogar, su función principal es la conectividad de los adultos y debe ser compartido con el resto de la familia. Un entrevistado contaba que compartía el celular con sus seis hermanos, y que sólo a veces lograba agregarle datos. En los sectores populares, los y las adolescentes se enfrentan con tecnología deficiente, que se suma al acceso limitado a los dispositivos. Es decir que si de alguna manera se puede superar la dicotomía tener / no tener un dispositivo, aún así, el estar / no estar conectado se transforma en una barrera difícil de romper. En muchos casos participantes de nivel socioeconómico bajo, contaron que generaron acuerdos con vecinos para proveer el ancho de banda necesario para que los chicos y chicas puedan estudiar.

 

Las madres y padres de sectores medios están preocupados por el exceso de tecnología que ven en sus hijos e hijas, pero consideran que no es momento para ponerle límites dado que entienden que es una situación excepcional y que implicaría restringirles la única alternativa que sus hijos e hijas tienen de poder estudiar y de estar con sus amigos y amigas. Por el contrario, en los sectores populares, al no poder usar equipos propios, en las madres y padres no existe una preocupación por la cantidad de horas que los chicos y chicas pasen delante de una pantalla: la realidad dicta que la única pantalla disponible es la de la TV.

 

Si en algún momento se criticó como exceso que hacía que los y las adolescentes no estuvieran conectados con su entorno, la ausencia de dispositivos y conectividad en el contexto de la pandemia pone de manifiesto que no estar conectado, es casi simplemente no estar: no estar en el colegio, no estar participando en la comunidad, no estar junto a amigos y amigas.

 

Como el dios Jano, que con sus dos caras miraba al pasado y al futuro, la tecnología es camino y barrera, oportunidad y ocasión perdida. ¿Cuál es el rol que nos queda como adultos? ¿Cómo podemos ayudar a integrar a los y las adolescentes de sectores populares que -tecnológicamente aislados-, cada día se alejan más de la posibilidad de estudiar online? La respuesta no es la tecnología, tampoco una vacuna. La respuesta es generar herramientas y oportunidades para combatir -con toda la fuerza del término- una exclusión silenciosa y cruel en la que cada día será más difícil recuperar el terreno que se pierde en cada minuto, en cada byte, en cada clase a la que las chicas y chicos no pueden acceder.

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