Better Days, película dirigida por el cineasta chino Derek Tsang, fue una de las películas nominadas al Mejor Largometraje Internacional en los premios Oscar.
El argumento de este excelente film es el siguiente: durante la época de los exámenes para acceder a la universidad, toda China se paraliza; los estudiantes y sus familias saben que el veredicto definirá no sólo los próximos años, sino la vida misma. El esfuerzo de todos y todas está muy bien representado con jóvenes absortos en sus estudios, en pupitres personales abarrotados de decenas de libros que parecen hacer una barrera de defensa contra los demás contrincantes de la batalla por el ingreso universitario. El paisaje es de una sociedad hiper competitiva, militarizada, desalmada. Lo único que une a todos es el pánico de no ganar la llave mágica del status social y la “felicidad”.
La película es impecable en cuanto al relato y a la resolución del problema; da escalofríos saber que está basada en un hecho real. Pero sorprende que el “bullying” hacia dos alumnas –y el ciberbullying– parecen ser un conflicto exclusivamente escolar, y no una manifestación de esta sociedad que genera, promueve y necesita de chicos y chicas individualistas y violentos al extremo, donde no importa quién caiga, no importan los amigos, no importa pensar y actuar de forma colectiva.
¿A dónde se posan las miradas?
De miles de alumnos y alumnas que se ven en la escuela del film, sólo una chica – la protagonista- se sensibiliza con la compañera que es víctima de bullying. El resto saca sus celulares y filma el hecho inédito; ha naturalizado el sufrimiento; nadie se siente co-responsable de lo sucedido. Los adultos son los perfectos ausentes. Sólo un policía, torpe por cierto, trata de comprender, con sus limitaciones, lo sucedido. Se mira al costado, no hay un accionar directo frente a lo central de la situación.
Pero el problema del bullying se extiende por fuera de las paredes de la escuela: responde a las violencias a las que se exponen niños, niñas y adolescentes a nivel social, responde a que una parte importante del individualismo es no tomar acción frente a los daños que afectan al otro y simplemente aceptarlos.
Todos somos parte
El comienzo y el final de la película también son llamativos en cuanto al abordaje del bullying. Al comienzo aparece un cartel que dice “El bullying es un fenómeno mundial. Podría estar ocurriendo alrededor de cada uno de nosotros. Esperamos que esta película anime y nos una en contra de este mal, abrace y extienda esperanza en aquellos que lo necesitan”. Luego, al final, el actor principal mira a cámara y dice que por suerte y a partir de este y otros casos reales, se promulgó una ley para denunciar el acoso escolar.
Si se habla de ayudas puntuales “a quienes más lo necesitan”, si nos quedamos tranquilos porque hay leyes punitivistas que penalizan a los agresores, se está atacando solo la consecuencia y no la causa. Por supuesto que las leyes y programas estatales son necesarios para terminar con esta problemática. Pero la propuesta es que abramos el espectro de intervención, que se piense de forma interdisciplinaria entre distintos actores involucrados y que, principalmente, reflexionemos junto a los jóvenes sobre por qué muchas veces se toma una actitud pasiva frente a actos de violencia y sobre cómo accionar frente a este tipo de situaciones.
Eso es lo raro: una película que demuestra las grietas de la sociedad, que describe a adultos ausentes y sin la mínima empatía por lo que sucede a esos alumnos y alumnas, intenta circunscribir el problema y nos pide a los espectadores que tomemos “conciencia del bullying”.
De lo que hay que tomar conciencia es que nuestros niños, niñas y adolescentes son hijos e hijas de los tiempos de individualismo y violencia en los que les toca vivir. Sin los testigos, sin los espectadores del acto de violencia, no hay bullying porque el mismo entorno neutraliza lo sucedido. Pero para eso la educación debería tener como base la cooperación, la convivencia, el respeto por el otro … y no un examen loco y un “sálvese quien pueda”. Ojo, porque China queda muy lejos, pero la violencia naturalizada, los “testigos”, que no se involucran cuando les pega de cerca un caso de violencia hacia un par, resuenan también fuertemente por estas latitudes. El bullying y el ciberbullying no nacen de un repollo, deben ser tratados como emergentes sociales. Crecen en un entorno al que le cuesta escuchar, mirar, hacerse cargo, aceptar al diferente y pensar estrategias vitales que promuevan el pensamiento colectivo para un bienestar común.