“¿Vas a la plaza hoy?”
Me llegó ese mensaje de mi amiga Cami por Whatsapp como todos los 3 de junio. Desde el 2015, cientos de miles de personas marchan al grito de “Ni una menos” en las plazas de Argentina para luchar contra la violencia hacia las mujeres. A diferencia de los años anteriores, esta vez yo no podía participar. Se lo dije entonces a Cami y ella me contestó: “Ohhhh :(. Bueno, agitala mucho por las redes, yo te mando fotos de la plaza”.
El “agite por las redes” se volvió ya un concepto en sí mismo. Estas plataformas nos permiten ser “periodistas” en todo momento y llegar a una audiencia de varios seguidores de forma instantánea. Ya no hace falta esperar al noticiero para enterarse de las cosas, ni mucho menos a que llegue el diario impreso. Nuestros feeds se llenan de historietas, videos, fotos y transmisiones en vivo en los días de marcha, y también somos convocados/as a muchísimas otras causas por las redes: stories en Instagram, eventos en Facebook, tweets y difusiones de Whatsapp. Entre todo esto, ¿a qué llamamos “activismo digital”? ¿A compartir una foto de una plaza llena de militantes? ¿A firmar una causa online?, ¿darle like a alguien que promete plantar un árbol por cada me gusta?
El concepto de “activismo digital” se popularizó en los últimos años y remite a la organización de jóvenes a través de las redes sociales para luchar por una causa en común. El caso más conocido a nivel planetario es el de una joven sueca llamada Greta Thunberg, de 16 años, que comenzó en agosto del 2018 a sentarse frente al parlamento de su país exigiendo un compromiso real de las autoridades en relación al cambio climático. Desde entonces, todos los viernes invita a los y las jóvenes del mundo entero a que se reúnan frente a las dependencias gubernamentales para exigir compromiso con leyes concretas. Hoy en día, #FridaysforFuture tiene decenas de miles de seguidores y el mapa con las actividades que desarrollan alrededor del mundo es sorprendente. Pero #FridaysforFuture no es un caso aislado: hay miles de otros jóvenes que -quizá sin la visibilidad mundial que logró Greta- están organizándose, dando a conocer sus reclamos.
Todos estos casos se ven atravesados por dos instancias: Primero hay una gran convocatoria a través de redes sociales acerca de una causa, que se concreta luego en un segundo momento presencial donde “se pone el cuerpo”: “Al principio, la gente pensaba que éramos naif. Pensaban ‘Ustedes no pueden cambiar nada. Dale, vayan a estudiar’”, comenta Karolína Farská, una joven de 19 años que a través de un evento en Facebook organizó una marcha en Eslovaquia en contra de la corrupción política. Sin embargo, cuando organizó una segunda marcha y una tercera (cada una más grande), la opinión del país cambió. Karolína llegó a convocar hasta 10.000 personas en las calles. “La gente se dio cuenta de que teníamos poder de verdad”.
Entra acá entonces la discusión interminable acerca del poder. ¿Cómo funciona la relación entre empoderamiento y activismo digital? Según lo que cuenta Karolína, la gente no creía que los jóvenes tenían poder cuando convocaban masivamente por redes; la legitimidad la adquirieron cuando se produjo el encuentro presencial de los activistas, donde sus voces se escucharon en la calle. Esto tiene que ver con que los movimientos de luchas juveniles no nacieron con Internet: la diferencia esencial es que antes tardaban semanas, meses en volverse masivos. La intervención de las redes genera esa aceleración del tiempo, esa “facilidad” para convocar a personas interesadas en luchar por una causa común.
Y hablo de facilidad entre comillas, porque impulsar estas luchas a través de las redes no se logra por arte de magia. Para estar “empoderados” -en cuanto a tener un poder de repercutir en las políticas públicas- es necesario poseer un capital cultural sobre las estrategias comunicacionales que convienen ser usadas en este mundo donde ya todos pueden subir una foto en Instagram en 2 segundos y donde las publicidades vienen “personalizadas” según los algoritmos.
Un escritor que me gusta mucho, Rodolfo Fogwill, popularizó la frase “Escribo para no ser escrito”. Saber comunicar lo que queremos de forma creativa y efectiva es, en estos tiempos, un acto de resistencia. Pero si bien las apps y la comunicación digital nos están ayudando muchísimo para que se escuchen nuestras propuestas, siguen teniendo un peso muy grande los cuerpos, las voces, y solo pesan cuando pisan, hablan, cantan y se mueven de forma colectiva. Será por eso que sentí un pequeño vacío cuando leí el mensaje de Cami.