A sus 15 años Elías empezó a ser envuelto por un mundo cada vez más minimalista. Lo que parecía una estética impulsada por nuevas tendencias virales, terminó por ser uno de los avales más grandes para la vuelta del conservadurismo ¿Una herramienta, una casualidad, o una consecuencia?
Elías Hoyo
La primera vez que descubrí el concepto de las “clean girls” o “chicas limpias” fue en 2022. Tenía 15 años y mucho tiempo libre. Me encantaba ver los “beauty secrets” de Vogue, los vlogs de Emma Chamberlain y mi feed de Pinterest estaba repleto de Hailey Bieber y Lily Rose Deep. Muy pronto me terminé metiendo en este mundo de chicas en la mitad de sus 20s que se levantaban todos los días a las 5 AM, tenían una rutina de skincare de diez pasos, desayunaban un avocado toast con un matcha latte y en el camino a su clase de pilates decían cuatro o cinco afirmaciones para sanar su energía femenina y volverse más abundantes.
En esa época mi cara se partía de acné, levantarme a las 5 AM significaba ir a la escuela con tres o cuatro horas de sueño, no desayunaba nada, mi único ejercicio era educación física y la única afirmación que repetía en el camino a la escuela era “tengo frío, tengo hambre, tengo sueño”. Yo no era un bicho raro, esa era también la rutina de todos mis amigos y compañeros. Quizás, la rutina más sana que se puede tener a los 15 años. Aun así, mi consumo de las clean girls era consciente, sabía que no era una de esas chicas y eso estaba bien. Disfrutaba de ver su estilo de vida, sus personalidades y sus outfits.
Para el 2023, mi para ti de TikTok estaba repleto de videos de “cómo convertirse en una chica de alto valor”. En ellos, uno de los consejos recurrentes era no tener múltiples parejas sexuales porque eso “dañaría nuestro templo”. En mis redes sociales ya no estaba Hailey Bieber, sino una chica igual a ella diciéndome que no salga de joda porque eso contaminaba “mi energía de creación”, que no coma azúcar o no tenga sexo porque eso me hacía “menos atractivo para el universo”. De alguna manera, me había perdido en la transición en la que las clean girls se habían vuelto tóxicas. Porque en ese momento, había dejado de salir con chicos, no salía al boliche, todas las mañanas hacía afirmaciones, me acostaba a las 11 de la noche y, en efecto, tenía una rutina de skincare de 10 pasos.
En 2024 noté algo. Ninguna tenía libros en sus casas. De hecho, ninguna tenía cosas en sus casas. Más que una marea beige que te inundaba las retinas, las decoraciones que no salían de un florero con un solo tulipán rosa en una mesa blanca o dos o tres perchas visibles en un armario también blanco. Todas practicaban el minimalismo. A esta altura, las clean girls habían pasado de ser chicas en su juventud que disfrutaban de cuidar su cuerpo y salud mental a ser planas conservadoras, que pregonaban el celibato, la hiper-producción y el vacío.
A principios del año, la revista de moda Marie Claire definió como una de las modas del 2025 al “minimalismo significativo”, mientras que la empresa de identificación, comparación y comunicación del color Pantone declaró como color del año al “Mocha Mousse”, en los videoclips de Charli XCX reinaba una paleta de colores grises y marrones, y Emma Chamberlain publicaba un video deshaciéndose del 70% de su ropa ¿Con qué se quedaba? Prendas planas y sobrias, de colores lisos, prohibidos los colores como el amarillo chillón o el naranja neón. Las clean girls habían muerto pero el minimalismo se había quedado. Aun así, lo que más había quedado era el pensamiento.
Enseguida el Internet se llenó de artículos y video-ensayos sobre el crecimiento del conservadurismo en la generación z, y los hechos en la vida real lo aseguraban. El 69% de los jóvenes mayores de 16 habían decidido votar a Javier Milei en sus primeras elecciones. Términos como los alpha males y las tradwifes crecieron increíblemente, los muchachos adolescentes aspirando a una figura de masculinidad fuerte que lleva el dinero a la casa, y las muchachas romantizando dejar de trabajar para encargarse de las tareas domésticas. Descubrieron los glory holes, y encendieron sus antorchas, renegaban de todo lo que pensaban y decían hace 6 años, se preguntaban ¿Nos pasamos de progres? Entre mis amigos y cualquier adolescente en Twitter, la consigna era clara: monogamia, Dios, patria y familia. Palabras puestas como pilares fundamentales en el gobierno de uno de los hombres más infames de nuestra historia. Jorge Rafael Videla.
En 2021 mi mejor amiga Luz tenía el pelo rojo, una remera de Radiohead y un delineado negro que casi no dejaba ver el iris de sus ojos. Yo tenía el pelo hasta la espalda, me gustaba usar el rímel corrido, suéteres gigantes y guantes sin dedos. Las calles de la primavera post-pandémica estaban repletas de adolescentes. Mientras mis amigos robaban un par de vodkas del supermercado, yo los esperaba afuera con una Monster en la mano. En la plaza siempre nos cruzábamos a “los emos”, aunque realmente los que se delineaban con negro y escuchaban My Chemical Romance éramos nosotros. Los emos se burlaban de nosotros porque no fumábamos porro, nosotros nos burlábamos de ellos por posers. Porque conocían solo las canciones más famosas de las bandas que nos gustaban.
Los emos eran un grupo de catorce o quince chicos que merodeaban las tardes. Los veía con sus delineados gigantes, sus orejas de conejo, sus polleras superpuestas, cinturones con tachas y sus pelos con mechas, y aunque me cayeran mal, no podía creer que había gente así en el pueblo. Esa fue la última vez que sentí que mi pueblo tenía una escena adolescente. Todos nos conocíamos entre todos, cada uno tenía un estilo personal, un par de cosas que lo identificaban, nos decíamos por nuestros users de Instagram o por nuestros nombres inventados. Ellos no tenían miedo de expresar su estilo, les preocupaban otras cosas. Me acuerdo de tener vergüenza de usar algo en la calle y pensar “da, si total están los emos”. Nos veíamos eternamente todos los fines de semana. Todavía no habilitaban las jodas después de la pandemia, entonces el punto de encuentro era el anfiteatro, la plaza o la playa. Hablábamos entre nosotros, nos poníamos de novios, nos emborrachábamos y nos besábamos en las calles. No había tiempo para la timidez, en cualquier momento nos podían encerrar devuelta.
Ahora está prohibido hablar de cualquier cosa que haya pasado en el 2021, nos da cringe. A algunos les da cringe el look que tenían, a otros sus novios del momento, a otros sus identidades. No era raro que más de uno haya salido del closet como bisexual o no binarie en la época. Ahora ninguno es nada. Se perdieron los pelos de colores, las polleras superpuestas y las remeras de bandas. Somos todos heterosexuales, cisgenero, normales y minimalistas. No tenemos libros en nuestras casas, no salimos de joda y no tenemos sexo. Ya no existe la comunidad que habíamos creado a través de nuestra excentricidad. Está todo escondido, simplificado. Y es que claro, quién va a querer ser algo si la calle está llena de chicas limpias, injusticias, retrocesos y conservadores. Quiénes se atreverán a delinearse y ser los hijos del rigor minimalista.
Este texto fue producido durante el taller "Jóvenes cuentan jóvenes", dictado por Buena Data en febrero de 2025.