Vida online

Inteligencia artificial: ¿Muerte cerebral en las aulas?

No hay datos de la cantidad de estudiantes que utilizan IAs generativas para sus tareas escolares. Pero se sabe que cada vez son más. En esta crónica Martina cuenta cómo cambió ir a la escuela desde que las IAs empezaron a dominar las aulas.

Martina Bonino

Primera parte: los inicios 

2025 

Muerte cerebral. Así lo declaramos.

Se egresaba con nosotros, pero era incapaz de pensar por sí mismo. Nuestro compañero había perdido casi por completo la capacidad de generar ideas por sí solo.

2023

Apenas se oían sospechas, algo había hecho el gobierno de Nueva York…Comenzó como todas las catástrofes empiezan: pareciendo lejanas.

2024

Desde el fondo del aula el panorama es claro. Sobre los pupitres hay cartucheras pomposas que sirven para esconder el celular. Carpetas con poco escrito y auriculares.

En el pizarrón no está la fecha, pareciera que ya no es relevante saber qué día es.

Hay un par de consignas para hacer sobre una lectura larga. La típica. Tiran un dossier de fotocopias y hay que responder una guía de preguntas para demostrar que comprendiste el contenido. 

Aburrido. Innecesario. Sin posibilidad de debate.

Me sorprende la velocidad con la que un compañero entrega su guía de preguntas(porque sí, la comprensión e interpretación va con nota). Chequeo su banco y veo que ni abrió el juego de fotocopias. ¿Cómo habrá terminado tan rápido?

En marzo eran esas las preguntas que se me asentaban cuando veía que casi todos mis compañeros terminaban mucho más rápido que yo–y eso que siempre fui de las que lee rápido–.

Curioso resultó ser cuando un día cualquiera en una clase cualquiera, el profesor dió un sermón sobre la importancia de la autoría propia, el hecho de esforzarse para entender lo que leíamos, y que todos los que habían hecho el trabajo con ChatGPT, “la IA del momento”, deberían rehacerlo. 

Segunda parte: el caos

Hacía calor. El ciclo vicioso de tarea-hacerlo con ChatGPT-sermón-”rehacer” el trabajo se repetía semana a semana. El aire pesaba como terciopelo cada vez que un docente se paraba frente al curso con la frente arrugada y los trabajos prácticos tachados en rojo…

Los mecanismos para no ser descubiertos variaban y ya habiendo pasado un par de semanas, dejan de darnos tarea por el temor de que ChatGPT la haga por nosotros.

La situación sólo empeora: ya no se le pedía ayuda al Chat para tareas complejas como realizar investigaciones o pensar conclusiones; trabajos más sencillos, como identificar partes de un texto o inventar títulos para cuentos, resultaban incapaces para muchos de mis compañeros.

"Hay que hacer algo", le dije a Juli, mi mejor amiga, mientras veíamos cómo a pocos segundos de que el profesor diera la consigna, el 90% de nuestros compañeros sacaron el teléfono con toda la tranquilidad de quien está paseando a su perro y la copiaron ágilmente en ChatGPT, como si se tratase de marcar un número memorizado de teléfono. A fin de cuentas, ya era rutinario.

Lo charlamos con otras amigas, y las respuestas resultaban impactantes:

–Yo quiero intentar hacer las cosas sin el Chat, pero simplemente no puedo, no me sale. Es como si me bloqueara la cabeza–.

–Yo puedo hacer las tareas que son más sencillas, pero las que son largas como las de Historia o Construcción de la Ciudadanía las tiro directo al Chat para agilizar la cuestión–.

Bastó una mirada entre mi mejor amiga y yo para tejer la tensión en el aire.

El problema era más serio de lo que alguna vez podríamos haber pensado.

Tercera parte: reflexiones propIAs

El año transcurrió con sus colores y nervios propios, pero El tema era como un fantasma del cual pocos querían hablar. ChatGPT nos perseguía. Nos acorralaba. Nos inhabilitaba.

Los trabajos eran cada vez más rebuscados, como si se le hubiese declarado la guerra a la IA. En mi colegio, ningún docente se atrevió a utilizarla como herramienta, lo cual deja mucho que desear…

Por mi modalidad, Ciencias Sociales, semana a semana realizábamos trabajos de redacción y elaboración propia, donde teníamos que defender nuestra postura sobre algún tópico con base en alguna lectura o charla.

ChatGPT se hizo especialista en elaborar estos ensayos. Estaba instalado en la mayoría de los teléfonos de mis compañeros, pero las ideas propias, ¿dónde se almacenan?

Bajo una misma consigna, había al menos dos o tres trabajos exactamente iguales. Y extremadamente bien redactados, por supuesto.

Hubo un punto en el año donde dudábamos de la capacidad de los docentes de detectar las nuevas tecnologías. Si las detectaban, poco se decía.

Me lastima pensar que fueron los primeros en rendirse en esta lucha por la defensa de la generación de ideas propias.

¿ChatGPT vino a marcar el fin de las tareas escolares?

Le pregunté al chat qué opinaba respecto a esto, y me dijo: 

“No puedo obligar a nadie a pensar por sí mismo, pero sí intento fomentar el pensamiento crítico dando explicaciones en lugar de solo respuestas directas.

Al final, la responsabilidad es compartida: los alumnos deben usarme de manera inteligente, los profesores deben enseñar a sus estudiantes cómo aprovechar la IA sin depender de ella, y la sociedad en general tiene que reflexionar sobre el impacto de la tecnología en la educación.” 

¿Entonces ChatGPT ya identificó el problema e intenta accionar al respecto, pero hay muchos humanos que no? ¿Eso representa una victoria por parte de la IA?

Cuarta parte: fuga de cerebros

¿Qué sucede cuando la fuga de cerebros se da en las aulas? ¿Quién se muestra preocupado por mi compañero al que le declaramos muerte cerebral? 

¿Alguien acaso confía en las nuevas generaciones? Entonces, ¿por qué se les permite que se friten los cerebros?

Los “no se puede hacer nada”, también los hace cómplices.

Mi compañero, que le gusta ir al gimnasio cuando sale de la escuela, que se ríe por lo bajo en clase, y que muchos lo califican como “un bando”, padece de un fenómeno que está llegando a cada vez más jóvenes: la adicción a las IAs generativas.

–Tenemos que hacer algo –me dice mi mejor amiga.

–Muerte cerebral, ¿se puede salir de esa? –le digo.

Si somos todos cómplices permitiendo que estudiantes realicen todo con “la ayudita” por temor a las familias ferborosas que pueden ir a hacer reclamos, o a la cantidad de desaprobados que figurarán en los boletines, entonces, ¿podemos decir que estamos comprometidos con las causas de la educación? Yo creo que no.

Implementar la IA como herramienta, comparar respuestas elaboradas por éstas con respuestas hechas por estudiantes, buscar pros y contras; son algunas tareas sencillas, hasta inclusive obvias, que no se dan en la mayoría de los colegios.

Maria José Velazquez, especialista en educación digital de UNICEF, dice respecto a la IA que “tenemos que problematizarla para no perdernos en la nebulosa de la tecnología, para que garantice y no vulnere derechos”.

La educación es un derecho. No debemos permitir que se vulnere por querer “estar al día” con las tecnologías.

No más muertes cerebrales en mis compañeros. 

No más ideas propIAs.

Este texto fue producido durante el taller "Jóvenes cuentan jóvenes", dictado por Buena Data en febrero de 2025.