Una sociedad adolescente sin esperanzas en el futuro encontró en la música pop un lugar donde desechar su cansancio y utilizar el placer como forma de lucha. Una respuesta rítmica a las crisis que intentan arrebatarnos las ganas de vivir.
Elías Hoyo
Era diciembre de 2001. Mientras Fernando de la Rúa declaraba estado de sitio y se subía a ese infame helicóptero, las calles de la Capital Federal y el país se llenaban de ciudadanos y el ruido de sus cacerolas, protagonizando una de las huelgas más importantes de nuestra historia, que duraría 48 horas y dejaría 39 muertos a manos de la represión. En este panorama pareciera que no habría lugar para otro sentimiento más que la tristeza, la bronca, la decepción o el miedo.
Pero mientras pasaba todo esto, tu hermana menor, sobrina o prima estaban en su habitación escuchando el álbum debut de Bandana, el grupo ganador del reality “PopStars” que vendió más de 220.000 copias en todo el país y fue disco de platino cuatro veces. Acompañado de los melismas de Lourdes Fernández y su sonido medio Christina Aguilera, nacía en nuestro país un género musical que recibiría su nombre 7 años después: pop de la recesión.
En el 2008 y del otro lado del continente, Estados Unidos estaba pasando por la crisis financiera más grande de su historia desde La Gran Depresión ¿Qué sonaba en las radios? Los Black Eyed Peas diciendo “tengo el sentimiento de que hoy va a ser una buena noche”, mientras Lady Gaga coreaba que “solo bailemos, va a estar todo bien” y Kesha incentivaba a “aprovechar al máximo la noche, como si fuéramos a morir jóvenes”.
El término “pop de la recesión” fue acuñado por diferentes críticos musicales después de notar la correlación entre crisis económica y el crecimiento del consumo de música pop, alegre y festiva. Durante este periodo, las canciones que se popularizaron y llegaron a la cima comercial eran aquellas que llevaban un mensaje de optimismo, melodías frenéticas y la consiga de “olvidarse de los problemas en las pistas de baile”. La escena musical de aquella época se destacaba por un trasfondo de pobreza y la glorificación de la cultura de la noche y los clubs como una forma de escapismo. Esto hizo que se diferencie de otros momentos de éxito en el pop.
El fenómeno no es exclusivamente actual, la Gran Depresión de los años 20 vio el nacimiento del blues y el swing, mientras que el Invierno del Descontento Británico trajo consigo a la música disco. En nuestro país, la música pop fue cocinándose entre las décadas de los 80 y 90. Con artistas como Las Primas, Valeria Lynch, Los Pimpinelas o el fenómeno del “carnaval carioca”; o bandas como Virus, Viuda e Hijas de Roque Enroll y Los Twist, que más tarde recibirían el nombre de new wave argentino. Inclusive en los 70 teníamos artistas como Palito Ortega, Leo Dan o Sergio Denis, cuya música hoy en día calificaría sin dudas como música pop. Entonces, si la música pop argentina venía existiendo hace más de 20 años, ¿qué diferencia hay con el pop recesivo del 2001?
Argentina tiene una historia muy larga con la recesión económica, así también con la música de protesta. Cada momento opresivo, recesivo o de crisis en nuestro país tuvo como consecuencia un género, banda, artista o movimiento que denunciaba las injusticias que el pueblo sufría. Grandes obras de nuestra música nacen de una denuncia. Desde Clics Modernos, Las Grasa de las Capitales o el Piano Bar de Charly hasta la realidad de los 2000 que mostraba Pity Alvarez o Callejeros con su rock barrial. Lo que diferencia al pop recesivo de la música de protesta es que su carácter de denuncia no se encuentra en el contenido de la música, sino en la respuesta social.
La música de Mambrú y Bandana no exponía explícitamente una realidad recesiva u opresiva, pero al ser creadas en ese contexto, su éxito toma un nuevo significado. Las miles de personas siguiendo toda su evolución durante el programa y luego comprando sus discos, aunque sea en una versión pirateada, demuestran que necesitaban de ese tipo de música. Cuando las calles se llenaban de adultos con miedo y bronca, los adolescentes buscaban un mundo donde importasen ellos, sus amigos, la persona que les gustaba y la música. Las únicas cosas que, se supone, te tendrían que importar en la adolescencia. Fue la forma de recuperar una juventud arrebatada por las incongruencias del gobierno.
Podríamos pensar que el pop de la recesión solo existió en nuestro país en el 2001. Pero en el 2024, Nathy Peluso decide sacar como único single de su álbum una canción que dice “Aunque le ponga azúcar, la política tiene sabor a cemento”, Juliana Gattas lanza su primer álbum solista con la frase “Lo primero es lo primero, y lo primero es bailar” y LISA SCHA lanza un EP llamado “ES EL POP, ESTUPIDA”, parodiando la famosa frase de Bill Clinton “Es la economía, estúpido”.
En el contexto actual de recesión, crisis económica y represión sexual, pareciera que nuestro país está pasando por un proceso similar. Desde la escena underground, el 2024 vio el crecimiento de artistas como Six Sex, MARTTEIN, Juana Rozas, Fiah o LISA SCHA. Artistas que tomaron el género pop para expresar por un lado el descontento con el gobierno y panorama nacional actual y, por otro, reivindicar el placer y disfrute en las pistas de baile. Mezclando sonidos electrónicos y de la cultura rave, con elementos del BDSM para transmitir un mensaje de liberación sexual y placer que es político en un contexto en el que esta libertad es criticada tanto por la sociedad como por el gobierno.
El hecho de que esta música explote en ventas y en consumo justo en este momento es el reflejo de una sociedad joven que además de no entender completamente lo que sucede, está cansada de luchar y vivir injusticias constantemente. En este panorama, elegir bailar y disfrutar toma un rol mucho más importante. La música pop deja de ser un escape y para convertirse en una forma de respuesta y resistencia. Una manera de decir “no importa qué tan opresivas sean las autoridades, voy a encontrar una vuelta para disfrutar”.
En un momento en el que el 52% de los ciudadanos argentinos son pobres, en el que se retrasan derechos conseguidos y el planeta se calienta cada vez más; se vuelve difícil soñar, tener alguna ambición y obviamente disfrutar. Una sociedad adolescente sin esperanzas en el futuro encontró en la música pop un lugar donde desechar su cansancio y utilizar el placer como forma de lucha.
Las fiestas y los boliches se transformaron en lugares de expresión, donde las criaturas de la noche se visten, bailan y tienen sexo de formas que en el día y en las calles serían condenadas. Eligen hacerlo ahora, en este momento de la economía y con esa excentricidad porque no se sabe si el año que viene podrán hacerlo. No sabemos si en los próximos años, nuestro antro favorito o nuestro cine de cabecera van a ser cerrados, si nuestra cultura y placer va a ser prohibidos, censurados o criticados. El pop de la recesión es un reflejo de la incertidumbre que existe hacia algo más grande que no podemos o no sabemos controlar: la crisis.