Esta crónica narra cómo el debate por la Interrupción Voluntaria del Embarazo atravesó a diferentes generaciones de la sociedad argentina, logrando instalar el tema en escuelas, calles y mesas familiares.
Jazmín Llorente
Collage Emma Jamardo
Empezó todo como una picardía en una clase de historia.
Nos habíamos enterado de que en otros cursos, para perder tiempo, le pedian a la profe que cuente sobre lo que estaba pasando con el aborto. Siempre me sentaban en los pupitres de adelante porque decían que hablaba mucho. Y como mis compañeros ya estaban cansados, me largué a hablar con la profe para entretenerla.
Nos contó sobre la historia feminista, el sufragio en Argentina y mencionó nombres que yo no conocia: Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Rita Segato. Aunque entendía la mitad de lo que decía, quería saber por qué había chicas en la calle con pañuelos verdes y celestes y por qué en la esquina del colegio nos daban unas bolsitas con fetos de porcelana fría.
Era 2018, tenía 13 años y estaba viendo en la tele cómo en el Congreso trataban el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Siempre me gustaron las clases de Historia, pero a partir de ese momento las esperaba con ansias que Belu, la profe, pasara por esa puerta para llenarla de preguntas.
Belu me alcanzó la historia del feminismo y la famosa agenda de derechos, pero yo ya era feminista desde antes. Sin querer, mi mamá fue mi primera figura feminista. Aunque ella no se autopercibe así -por momentos piensa que es un movimiento muy extremista-, yo creo que es imposible que no lo sea.
Hay una foto que está en el último estante de la biblioteca desordenada de mi casa, repleta de enciclopedias sobre el mar, muchas de ellas repetidas y con polvo. En esa foto hay trece hombres y una mujer posando en la punta de un pontón (una embarcación de prefectura) todos mojados, vestidos con trajes de neopreno y sosteniendo patas de ranas. Esa única mujer es Silvia que antes de convertirse en mi mamá, con 24 años, se convirtió en una de las primeras buzos profesionales de Argentina y nadadora de rescate. En 1995 esas todavía eran áreas de hombres, pero ella creó su lugar: una mujer que desde muy joven nadó en contra de la corriente para llegar donde quería.
En una nota que le hizo Clarín ese mismo año, mi mamá cuenta que soñaba con ganarse la vida como buzo en alguna empresa: “Sé que para la mujer es más difícil conseguir trabajo en esto, pero estoy dispuesta al esfuerzo”, dijo. Entrar en la prefectura como buzo era muy complicado, los cupos eran limitados y más si eras mujer. No pudo trabajar de eso, pero nunca salió del agua. Se convirtió en una entrenadora de natación y guardavida excelente.
Desde chica me enseñó a hablar fuerte, a decir lo que pienso y siento, me construyó una caja de herramientas para poder crecer libre. Muy feminista de su parte para pensar lo contrario.
Era costumbre juntarnos todos los domingos a almorzar asado o pastas en lo de mi abuela. Solíamos hablar de cómo me fue en la semana, de si tenía algun novio (me dejaron de preguntar cuando se enteraron que soy lesbiana), hablaban de trabajo y de hijos pero evitaban hablar de politica. Esto empezó a cambiar en 2016, cuando mis primas valientes llegaban los domingos al almuerzo familiar con los pañuelos verdes atados con doble nudo en las carteras y contaban anécdotas de alguna marcha o asamblea a la que habían ido en la semana.
Agus era la líder de la manada que recién se estaba formando, ella comenzaba esas conversaciones. “Fueron tiempos complejos para mí, porque al menos al principio eran muchas personas en una mesa y sentía que terminaba discutiendo sola”, me cuenta.
En ese momento ella tenía 18, yo 11 y lastimosamente estaba muy lejos de tener una opinión al respecto. Pero Agus no sabía que levantando la voz en la mesa me estaba abriendo una ventana que no tenía idea que existía. Fuimos creciendo y de a poquito nos sumamos a la manada primas, primos y tías y algún que otro tío (aunque sea ahora frenan a pensar antes de tirar un comentario).
Ella quería estudiar cocina y abrir una panadería, pero esta curiosidad por los debates y el querer escuchar otras voces la llevó a estudiar Política social. Trabajó en la Dirección de la mujer en San Isidro, acompañando a mujeres y personas del colectivo que están atravesando violencias por razones de género. Recibía todos los casos, denuncias y llamadas: “Eran urgencias porque esa persona acababa de denunciar y necesitaba medidas de protección o porque necesitaba una respuesta inmediata”. Luego me explicó el funcionamiento del círculo de violencia. En la gran mayoría de los casos, si no actúan con rapidez, la víctima puede retroceder y volver a una posición donde no habla, justifican las actitudes del otro y se culpabilizan.
Sus años de experiencia y sus estudios la llevaron a tener sus prácticas pre profesionales en el Ministerio de la Mujer. Entró en la Dirección de Mapeo Federal gracias a que en su universidad participó en la creación de un mapa donde geolocalizaban todos los espacios que brindaban servicios de cuidados. Ese mapeo era el primero que se hacía en Argentina: “El proyecto era muy piola porque se empezaba a poner sobre la mesa la discusión y el desafío de que a futuro, quienes venían ocupando esos roles de cuidado, se estaban visibilizando y se estaba discutiendo que ese trabajo era muy exigente, muy gigante, que no se estaba valorizando y que le quitaba muchas oportunidades a las mujeres; ya sea para crecer laboralmente o en cualquier otro aspecto de su vida”.
Pero esa meta duró poco. Con el cambio de gobierno, dejaron de renovar contratos y para los que tenían suerte, los cambiaban de sección o ministerio: “Fue muy triste lo rápido que se destruyeron y lo rápido que se volvió para atrás. No solo en términos de programas y políticas específicas, sino también en cantidad de datos. Teníamos a disposición un montón de información pública, de programas de violencia de género y de cuidado. De un dia para el otro se bajaron esos mails donde estaba la información y se eliminó todo”.
Agus estaba en una de sus últimas reuniones cuando entró su jefe desesperado y les preguntó si tenían memoria extra para guardar toda la información, porque se podía perder para siempre: “Años y años de programas y de políticas públicas. Estadísticas que a vos te pueden interesar o no para tus medidas de gobierno, pero que son información muy importante para que el día de mañana, a quienes sí les interesa, puedan construir y tomar decisiones en función de esos datos”.
En una de nuestras tantas charlas con Mora sobre feminismo le pregunté: “¿Porque sos feminista?”. A Mora la conocí por Buena Data, cuando me enteré que es activista menstrual supe que íbamos a ser amigas. Luego de enojarse y reírse por la pregunta tan sencilla, me contestó: “Soy feminista por todas esas mujeres que pasaron por mi vida y me marcaron”. No puedo estar más de acuerdo con lo que dijo. Para muchas generaciones jóvenes la marea verde fue el rito de iniciación, pero no llegamos por casualidad, el feminismo ya estaba en todos lados. Y aunque actualmente el feminismo parezca en riesgo, nuestra charla terminó con una afirmación que promete un futuro: “Soy feminista y no voy a dejar de serlo”.
Este texto fue producido durante el taller "Jóvenes cuentan jóvenes", dictado por Buena Data en febrero de 2025.