Derechos Humanos

Colgados como zapatillas

Esta crónica repasa los orígenes de la prohibición del cannabis y llega hasta la actualidad, donde la legalización del autocultivo, el consumo medicinal y el recreativo son discusiones pendientes en la sociedad argentina.

Máximo Gómez

Ilustración Emma Jamardo

El parque Mitre, casi dos manzanas de senderos, juegos, puestos de comida, muchos árboles y una de las vistas más hermosas al río Paraná. El sol del mediodía se abre paso por la histórica plaza correntina. Dos primos salen de la facultad y se sientan a almorzar frente a la pista de skate, reconocida por sus grafitis y sus rieles. La sombra de un árbol particular les llama la atención.

–¡Mirá! Las zapatillas suicidas –entre risas, comenta uno de los primos.

El árbol tiene más de diez pares de zapatillas colgadas. ¿Por qué? ¿Qué significa? La respuesta común y lo primero que dice internet es “en ese lugar se venden drogas ilegales”. Pero colgar las zapatillas en los cables tiene diferentes orígenes. Uno explica que al terminar el servicio militar obligatorio los jóvenes colgaban sus calzados en forma de celebración. Otro habla sobre el lanzamiento acompañado con arroz festejando un casamiento. También podría ser una manera de marcar territorio entre pandillas.

La conversación siguió, los primos se fueron, pero las zapatillas quedaron colgadas. La lluvia, el sol, el granizo y las tormentas solo lograron que se dañen más, pero las zapatillas quedaron ahí. Debajo de ellas muchos jóvenes se reúnen día a día a pasar el rato, practicar deportes, charlar, fumar y tomar. Practican skate, baile, fútbol, vóley y patinaje; fuman cigarrillos, marihuana y nicotina líquida con los vapers; y beben fernet, vino, vodka, Coca-Cola, mates, tererés y agua. Los jóvenes vienen y van, pero las zapatillas siguieron colgadas.

Las zapatillas en los cables se ganaron desde los 90 esa asociación con la venta de drogas ilegales. Cocaína, éxtasis, paco, crack y marihuana. Entre todas esas drogas producidas en laboratorios se encuentra una planta: el cannabis y sus flores. Poco tiene que ver con las otras drogas más allá de sus efectos. 

Una ley yankee

Hace 51 años se prohibió el uso, consumo y cultivo de la planta, parte de la ley N° 20.771 de Estupefacientes. Formaba parte de un bloque de leyes estadounidenses que provenía de la campaña antidrogas, sumamente racista y xenofóbica, de Richard Nixon. Si Argentina no aceptaba este bloque de leyes, Estados Unidos dejaría de prestar fondos para el país. Durante 1974, bajo la influencia de López Rega, en su momento ministro de Bienestar Social, la ley fue promulgada. Uno de los fundamentos era que “los integrantes de las guerrillas eran los mayores consumidores de drogas”, como declaraba López Rega y cita Juan Pablo Ubici en Breve historia de la marihuana en la Argentina reciente, un informe de CONICET.

Mi primer delito

Con 18 años y con un espíritu muy guerrillero, mirando al río Paraná, me pegó el primer porro que fumé. Era una tarde lluviosa, nublada, con un paisaje enamoradizo, el azul fundido con el rosa morado pintaba el firmamento. Sentado entre unas rocas con una chica que en ese momento me volvía loco de lo mucho que me gustaba. El efecto que me produjo me volvió despistado, a la vez que me reía por todo, cosa que ya era común en mí. Mirando el río no estábamos debajo de ninguna zapatilla.

No empecé a robar, no dejé de estudiar, no molesté a nadie, ni rompí nada y aún así cometí un delito. Debería de haber cumplido de entre tres a doce años de cárcel por la ley N°23.737 promulgada en 1983. Y también una multa de tres mil a cincuenta mil australes, moneda que dejó de ser válida en 1991.

Una propuesta

Actualmente existe el REPROCANN, Registro del Programa de Cannabis, que permite un cultivo moderado para usos medicinales. Este programa es un avance para la comunidad cannábica, pero el problema se encuentra en que se lo toma al consumidor como un “enfermo”. Esto no ocurre con el cigarrillo ni con las bebidas alcohólicas, que se encuentran al alcance de todo adolescente en cualquier kiosco. La nicotina y el alcohol poseen mayor índice de adicción, sin tener ningún beneficio medicinal, ni terapéutico y aún así son sustancias legales. A los consumidores de cigarros y alcohol no se los toma como “enfermos”, no tienen que estar registrados en ninguna lista gubernamental para consumir.

Desde el 2024, con el primer año de gobierno de Javier Milei, este registro frenó sus nuevos ingresos. ¿El motivo? La avanzada del gobierno conservador atacando a un sector de la sociedad. “Vamos a dar todo de baja, vamos a empezar de cero”, dijo Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación. Ignoran todas las investigaciones científicas y los resultados de mejoría ante enfermedades como el glaucoma, artritis reumatoidea, VIH, alzheimer, asma, cáncer, dolores crónicos de difícil control, enfermedad de Crohn, epilepsia, esclerosis múltiple, insomnio y parkinson. La reducción del dolor que genera el cannabis hace la vida más llevadera para personas que sufren día a día. Además de negar los avances científicos, también criminalizan el uso para una parte de la sociedad. Bullrich cuenta el caso de “el hincha de Colón” que tenía “18 mil plantas” y les quiso enseñar su “carnetcito”, en una entrevista con Joni Viale en donde se burlan del caso. Viale también menciona que “es una droga de entrada”, argumento que nace totalmente del prejuicio.

La legalización del autocultivo, el consumo medicinal y recreativo es una discusión que la sociedad argentina debe tener. Desde el respeto y el respaldo de las variadas investigaciones científicas que muestran su efecto real sin los prejuicios sociales. Comparando también con su resultado en países donde es completamente legal -como Uruguay, Alemania, Canadá, Nueva Zelanda, España y algunos estados de EE.UU-, es necesario mostrar la realidad de la planta y lo contradictorio del funcionamiento de una ley que se quedó en los 70.

En Argentina se consume cannabis y esto no va a cambiar, ya es parte del día a día de las personas. “El cannabis ha estado presente en la vida de diversas culturas desde hace al menos 10 mil años. Su prohibición es reciente y absurda: no llega a los 100 años y no fue alentada por la premisa de resguardar la salud de la población. La ilegalización del cannabis fue impulsada por el imperialismo estadounidense para hacer desaparecer una planta que competía con las industrias del papel madera, del algodón, de las farmacias y el tabaco; y luego fue sostenida porque además los Estados encontraron en ella una excusa para hostigar y controlar a diversos grupos sociales: inmigrantes, mexicanos e hispanos, negros y músicos de jazz, hippies, grupos de izquierdas, sectores empobrecidos”, concluye la periodista y escritora Rocío Navarro en su libro Flores Liberadas, un ensayo sobre la comunicación y la marihuana. 

Si se dejara de perseguir el consumo y el cultivo, se utilizarían mejor los recursos para acabar con el narcotráfico real. Muchos adolescentes dejarían de vender y comprar; pasarían a compartir y cultivar. Muchas zapatillas no se colgarían más.


Este texto fue producido durante el taller "Jóvenes cuentan jóvenes", dictado por Buena Data en febrero de 2025.